Inscripción de finales del XVIII ubicada en un dintel de San Camilo de Lelis, Montoro. |
Manuel Perales Solís
Localizamos estas caserías ribereñas al río Guadalquivir, en la misma ladera dominada por la impresionante arquitectura de San Camilo de Lelis. Estos parajes del valle del Guadalquivir, aguas abajo de la desembocadura del Yeguas, forman parte del pago del Charco Novillo de Montoro, aunque fronterizos con el pago de Cerrada del término municipal de Marmolejo.
La cercanía de fincas tan importantes como los Millones, San Camilo y La Garabitera, propició que durante finales del XIX y el primer tercio del XX, se tratase de un lugar de boyante actividad agrícola vinculada fundamentalmente al cultivo del olivar y a la extracción del aceite en los molinos de viga de la zona. No en balde, cada una de las fincas citadas, contaban con extensísimas plantaciones de olivar, siendo entre ellas la de San Camilo, la de mayor número de plantas e importante molino para la molturación de las aceitunas (1).
Panorámica del Charco de Novillo con caserías de los Millones y San Camilo de Lelis (arriba). Foto tomada desde las laderas de Bretaña en el Pago de La Aragonesa. Fuente: Manuel Perales Solís |
Los moradores de estos
parajes (caseros, muleros, y jornaleros) se relacionaron entre sí a
través de viejos caminos y trochas disponiendo de pequeños huertos
donde producían parte de los elementos básicos de su dieta
alimenticia. Concretamente en Los Millones existió una huerta con
naranjos, limoneros y enormes higueras, gracias a la generosidad de
un antiguo manantial de agua que manaba por debajo de la casería.
Estos manantiales en el
olivar serrano proliferaron con relativa facilidad. Lo fueron la
mayoría de las veces de aguas finas y abundantes garantizando el
riego de huertos y, por ende, las necesidades del consumo doméstico
de las familias jornaleras. Muchos “señoritos” hicieron
transportar para consumo propio las aguas del manantial de sus fincas
hasta su residencia habitual, utilizando cántaras de barro que le
eran servidas por los mismos caseros aprovechando sus viajes hasta
Montoro para proveerse del ato necesario.
Delante de la casería
discurría (y aún lo hace) el camino de Montoro a Marmolejo, antiguo
veredón enlosado de piedra molinaza, cercado de monte, con
características similares a las viejas calzadas romanas y al resto
de caminos que conformaban la densa red de comunicaciones internas
tanto del Charco Novillo como del resto de pagos del olivar serrano
montoreño. Recientemente este viejo camino ha sido rehabilitado y
convertido en un tramo del GR-48.
Los viejos caminos y
trochas se erigieron en singular sistema viario del Charco del
Novillo, permitiendo la comunicación rápida de jornaleros para
llegar a sus tajos olivareros, amén de facilitar las relaciones
sociales entre las parejas de jóvenes cuando finalizaban las tareas
agrícolas a la caída de la tarde. También las fiestas, romerías y
los populares “lagareos” se realizaron utilizando estos viejos
caminos concurridos y transitados por todo tipo de gentes del lugar y
de otros pagos más lejanos desde donde concurrían grupos de
lugareños para participar en la juerga. Las distintas fanegerías o
cuadrillas recitaban bellas canciones cuando discurrían por los
caminos en busca del descanso o de la fiesta. Letrillas como ésta de
los aceituneros del no muy lejano Molino del Rincón decía así:
“La
faneguería que veáis
que tiene un
acordeón
esa es la
faneguería
del molino del
Rincón”.
Retablo de la Iglesia de San Camilo de Lelis, Montoro. 1929. Fuente: fotograma de la película "La copla Andaluza". |
-Los rojos y el casero de los Millones:
En los años posteriores a la Guerra Civil el casero de los Millones venía observando que le hurtaban con frecuencia las naranjas del huerto. Un día se dispuso a averiguar quiénes eran los asiduos ladrones ya que sospechaba de los hijos de los aceituneros de San Camilo, pero cual sería su sorpresa al comprobar que estaba ante la presencia de un grupo de hombres pertrechados de subfusiles y pellizas acompañados de sus respectivas caballerías. Enseguida apreció que empezaban a recoger naranjas y a meterlas en las alforjas que portaban sobre los mulos. Quiso impedírselo pero, al pronto, desistió en el intento al ver que sus intenciones eran solo proveerse de alimentos. Cuando el prudente casero intuyó el peligro que podía correr se limitó a obedecer las instrucciones de aquellos hombres en el sentido que si colaboraba y les ayudaba a llenar los sacos, su vida no correría peligro alguno. En los días sucesivos se supo que los enigmáticos personajes pertenecían al grupo de huidos republicanos refugiados en la casería de la Fresnedilla de Marmolejo, cuatro kilómetros más arriba, sobre el mismo cauce del Guadalquivir.
Sin embargo, mientras esto ocurría, el encargado principal de la finca, observador de los hechos desde la puerta de la casería, temiéndose lo peor, huyó por el veredón en dirección a San Camilo pudiéndose parapetar gracias a la frondosa vegetación que antaño flanqueaban estos caminos y lindazos. Su idea era llegar a Montoro para denunciar el suceso ante las autoridades militares a sabiendas de que conseguiría, a cambio, alguna recompensa a su valerosa acción.
El grupo de perseguidos republicanos abandonaron presurosos los Millones con los sacos llenos de naranjas, tomando dirección hacia la Boca del Río, dicen que evitando toparse con La Garabitera, propiedad del marmolejeño, Alfonso Jurado Lozano, donde también se encontraban varias familias de aceituneros empeñadas en la recolección de las aceitunas. No era aconsejable levantar sospechas pues su escondite, o base logística, en la cercana Fresnadilla, todavía era lugar seguro gracias a la colaboración del arrendatario de la finca, Manuel Martínez y su familia.
En fechas inmediatas a este suceso, diversos testimonios hablan de nuevos robos o de “acciones de aprovisionamiento” en la misma Garabitera y del secuestro del hijo del dueño, Pedro Jurado Fernández, en la Boca del Río, de donde finalmente pudo escapar tras forzar la puerta una vez que comprobó que el vigilante se había marchado al cabo de un buen rato.
Finca de la Garabitera en la desembocadura del Yeguas, desde las laderas de Bretaña. Al fondo la Finca de la Boca del Río. Fuente: Manuel Perales Solís |
La Garabitera en la utopía republicano-socialista de Esteban
Beltrán:
Próxima a los Millones
se encuentra La Garabitera, una casería de construcción singular,
con molino de aceite, vinculada a la obra del intelectual montoreño
Esteban Beltrán pues será en este bello lugar entre ríos donde
Beltrán intentó plasmar geográficamete su utopía
socialista-republicana, enseñando a la clase jornalera montoreña y
andaluza en su libro “Manolín”, el camino para salir de la
postergación a través de iniciativas como la socialización del
campo.
Esta finca, de casi
veinte mil plantas, totalmente montuosa, se encuentra rodeada por
el río Guadalquivir y su afluente el Yegüas. Dentro de su extenso
perímetro contaba además con varias caserías como la de Los Fieros
(restaurada recientemente), La Herradurilla Alta y la Herradurilla
Baja, actualmente en estado de ruina.
La sociedad
cooperativa de obreros del campo, concebida en la utopía socialista
de Beltrán, integraba 4000 montoreños. Éstos deciden en asamblea
celebrada en el Centro obrero adquirir la finca de olivar llamada la
Garabitera y la dehesa montuosa que linda con ella y con el río de
las Yeguas y el Guadalquivir. “Estas dos fincas, -dice el
Presidente de la cooperativa dirigiéndose a los asociados- las
enajenan sus dueños porque no le sacan producto. Nosotros sí se lo
sacaríamos trabajando nosotros mismos en ellas, que es lo que su
dueño actual no hace.
Estas fincas se
pueden adquirir a plazos por 20.000 duros, o al contado por 15.000.
Estas fincas
adquiridas por nosotros, serían el principio de nuestra prosperidad,
pero…esa cantidad os parecerá a vosotros enorme porque no tenemos
mil pesetas ahorradas. Pero yo os digo que las podemos tener reunidas
mañana mismo si queremos.
-¡Cómo! ¡cómo! ¿de
qué manera se hará ese milagro? preguntaron uno emocionados y otros
dudosos.
Al fondo a la izquierda se observa la casería de la Garabitera. A la derecha del río se ven las laderas de Bretaña y la finca de El Vicario. Fuente: "Rutas del Sur" |
-Es muy fácil esto
que digo y sin necesidad de milagros, pues los milagros que la
religión nos cuenta no han existido nunca. Escuchadme y veréis cómo
se puede conseguir esto que yo propongo: somos cuatro mil asociados;
todos estamos trabajando en esta época y todos podemos hacer un
anticipo de cinco duros para este objeto y mañana mismo o el domingo
próximo, podemos tener depositados en el Banco los 20.000 duros que
necesitamos.
Un murmullo
prolongado como de una colmena agitada se oyó en la sala.
Aquel pensamiento
atrevido y grandioso, expresado con la sencillez que lo hizo el
Presidente, causó en los asociados una impresión variada, según el
temperamento de cada cual.
Pasado un rato el
Presidente preguntó con rostro alegre. ¿Qué os parece mi plan?.
-¡Bueno, bueno!
gritaron muchas voces con entusiasmo.
-Eso es imposible, eso
es irrealizable, dijeron algunos en tono bajo, como desalentados.
-Pido la palabra –dijo
Fernando.
-Concedida –repuso
el Presidente.
-Compañeros y
amigos: lo que ha propuesto el Presidente es bueno y es realizable.
Lo imposible no existe en esta clase de asuntos cuando hay fe en una
cosa.
Es tan grandioso el
pensamiento en medio de su sencillez, que a unos les parece mentira o
imposible también que hayamos estado tiempo sin realizarlo.
Lo mismo nos sucedió
cuando nos asociamos en la forma que lo estamos hoy.
Muchísimos de
vosotros alegábais no podíais dar o pagar una peseta de cuota
mensual, y sin embargo, tirábais cinco en copas o en juegos o en
vicios y tonterías.
La luz se hizo en
vuestros cerebros poco a poco, y convencidos de que asociados valemos
mucho, nos asociamos y a todos nos va muy bien y nos sale más barato
que estando separados y desunidos…”.
Principios como estos de
solidaridad y cooperativismo agrario son los que encontramos en la
obra de Esteban Beltrán. Su proyección en la sociedad cordobesa fue
importante e influyó decididamente en las consciencias de muchos
jornaleros del campo a través de la difusión de sus escritos.
En relación al hecho
de que la finca estaba ya en venta cuando la Sociedad Obrera decide
adquirirla, puede corresponder con la realidad, y que este dato, en
conocimiento de Beltrán, decidiera utilizarlo en su libro. Además
por el estado de abandono en que se encontraba, la escasa
productividad y la enorme extensión de la misma, todo apunta a que
sus dueños en los años iniciales del XX, pudieron pertenecer a
alguna familia noble absentista.
En la década de los
veinte del pasado siglo la casería de La Garabitera ya pertenecía
al marmolejeño Alfonso Jurado Lozano (1870-1949) miembro de una
familia de prósperos hortelanos. Aún joven, este hombre dejó el
trabajo en la huerta de su padre para dedicarse a la recaudación de
los impuestos municipales sobre el consumo. De carácter sociable y
espíritu liberal su ansiado sueño de proveer a cada uno de sus
hijos de un patrimonio de 2000 olivos se vería hartamente
recompensado pues hacia 1930 ya era propietario de más de 16000 en
las fincas de la Herradurilla y La Garabitera y arrendatario de la
finca de los Fieros.
Rio Guadalquivir por la zona del Trafalgar. Al fondo el rincón de los Millones y San Camilo de Lelis. Fuente: Manuel Perales Solís |
Hacia 1942-43, en plena recolección de las aceitunas tuvo lugar en este lugar un suceso parecido al que ocurriera en Los Millones. Llegaron un grupo de huidos rojos buscando provisiones de alimentos, justo en el momento en que se encontraba presente el dueño de la finca que pudo pasar desapercibido como un aceitunero más. Preguntaron por el propietario pero el capataz que era el marmolejeño Juan Soriano Moyano “Pallollo”, salió al quite diciendo: “el dueño no se encuentra aquí en estos momentos”. A lo que los rojos preguntaron: ¿Y usted quién es? -Contestó el capataz: “Yo soy el encargao, el capataz y el guarda juramentao”. -“Pues entonces usted que ostenta tantos cargos va a ser quien nos prepare un poco de aceite, harina y garbanzos”. Y efectivamente así lo hizo sin mediar más palabras entre ellos. Cargadas sus caballerías los rojos abandonaron la Garabitera, remontando Guadalquivir arriba.
Todos los lugares
nombrados se encuentran en torno al itinerario conocido como GR-48,
con destino final en el Santuario de la Cabeza. Trás pasar por la
Garabitera el camino continúa por el cauce del Yeguas, para
adentrarse en tierras marmolejeñas a través del vado de Mariquita
“La Salvaora”, llamado así por ser el lugar elegido por esta
marmolejeña para lavar las ropas de los hoteles donde se hospedaba
la numerosa colonia de agüistas. Desde aquí al puente de Marmolejo
restan unos 7 kilómetros aproximadamente.
(1) La casería de San
Camilo de Lelis, fue mandada edificar por el primer marqués de
Monteolivar, Don Félix Espinosa de los Monteros y Aliaga,
finalizando sus obras en 1775. En su iglesia estaban enterrados los
restos del tercer marqués de Monteolivar, don Juan Manuel Espinosa
de los Monteros y Aliaga (n.1800-m.1879). En 1887 su hijo Manuel
Espinosa de Los Monteros y Angioletti solicitó el traslado de dichos
restos a la ciudad de Bujalance a otra capilla propiedad del marqués.
Fuentes y
Bibliografía:
-Testimonios de D.
Alfonso Merino Gómez (fallecido), trabajador varios años en la
finca de La Garabitera.
-Testimonios aportados
por D. Pedro Jurado Fernández (q.e.p.d.), hijo del dueño de la
Garabitera hacia 1930.
-Testimonios del
montoreño con residencia en el Charco Novillo D. Pedro Yedres.
-Perales Solís,
Manuel: “La villa de Marmolejo en el reinado de Alfonso XIII:
1900-1931”.
-Testimonios aportados
por el montoreño Bartolomé Márquez Delgado, erudito y profesor
largos años en el Instituto de Formación Profesional de Montoro,
hoy IES “Antonio Galán Acosta”.
-Diario Córdoba del 3
de junio de 1879.
-Beltrán, Esteban:
“Socialismo Agrícola” (Segunda parte del Manolín). Editora
Nacional. Madrid 1979. Libro prologado por Antonio María Calero
Amor.
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