José Ortiz García
Cronista Oficial de Montoro
A la hora de tratar las aceñas del Cascajar lo primero que tenemos que destacar es la gran cantidad de documentos emanados por la misma a lo largo de todas las épocas históricas. Debido a esta abundancia podemos afirmar que se tratan de las fábricas hidráulicas mejor conocidas de las existentes en el ruedo montoreño.
Por el momento ignoramos de donde proviene el nombre de estas instalaciones, aunque todos los indicios apuntan a que provenga del cascajo procedente de algún arroyuelo existente en las inmediaciones de este conjunto molinero. Este apelativo no solamente lo hallamos en Montoro, puesto que en otras aceñas de la comarca encontramos la misma denominación como sucede en Villafranca de Córdoba.
Tampoco podemos aportar ninguna referencia sobre el uso de este nombre en el siglo XV, aunque parece que eran conocidas como las aceñas de Arriba, ya que eran el conjunto de aceñas situado en la parte superior del ruedo montoreño. Del mismo modo, Leopoldo Martínez Reguera nos informa que en el siglo XV se conocía a esta parada de molinos como aceñas de la Torrecilla, debido a una pequeña torre que existía a la entrada del pueblo cercana al pilar de las Herrerías.
La primera información que conocemos sobre estos molinos harineros, la hallamos en el año 1481 a través de un poder que Jorge de Sotomayor concedió a Juan Moyano para que arrendase un cuerpo de aceña denominada la Pajaza en la parada de Arriba a Bartolomé González. Dos años más tarde encontramos la venta por parte de Lope de Rabe a sus sobrinos Pedro, Juan y Antonia, de la sexta parte de la piedra luenga de la citada parada de Arriba.
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Vista del entorno de la Huerta de la Isla, donde se ubican las aceñas. Años 60. |
En 1484, Gonzalo Méndez de Sotomayor pagó a Lope Méndez quince mil maravedíes que le debía de un préstamo que este último le concedió para cubrir los gastos de cuatro meses de arrendamiento de una tercera parte de la piedra Pajaza de las aceñas de Arriba, linderas con las partes de Pedro Méndez y Diego de Aguayo.
A mediados de 1563, Alonso de Zurita Jurado autorizó mediante la firma de un poder notarial a su mujer doña Inés Hernández de Córdoba para que gravase algunos de sus bienes con un censo de treinta ducados, entre los que se encontraban siete octavas partes de la piedra de Pedro Gil ubicada en las aceñas del Cascajar.
A fines del siglo XVI, Juan Ortiz legó a su mujer por medio de una manda testamentaria la tercera parte de la piedra Pedrojila sita en las aceñas del Cascajar con la condición que si contraía segundas nupcias perdía la propiedad de todo lo que heredaba. También le confirió la propiedad de otra piedra que llamaba la Hachazuela en la misma parada. El mencionado testador mandó a su sobrino Simón Ortiz, a través de un codicilo fechado el 28 de febrero de 1580, la otra mitad de los molinos harineros anteriores.
El dicho Juan Ortiz, era un personaje influyente en la élite local de la villa, por lo tanto el desheredamiento de su mujer en caso de contraer un nuevo matrimonio tras su muerte, era una práctica común en época medieval y moderna en las clases más pudientes, ya que era la garantía de que personas ajenas a la familia no podían disgregar la fortuna legada entre los miembros de un mismo linaje. De hecho vemos que también cede a su sobrino, reputado político montoreño de los siglos XVI-XVII, la mitad de los bienes de aceñas para evitar pérdidas gananciales.
Conocemos el sistema de propiedad por el que se regían las piedras Pajaza y Larga de los molinos harineros del Cascajar en los primeros años del siglo XVII. Sabemos que la Pajaza era perteneciente a don Juan de Lara de la Cerda, mientras que la Larga se encontraba dividida en nueve partes, cinco de ellas del anterior señor, y las otras cuatro restantes repartidas entre Garci Vacas, Manuel Criado, Pedro Sánchez Canalejo, María del Castillo y Francisco Canalejo.
En 1604 don Juan de Lara de la Cerda arrendó a Andrés Toledano Vallejo dos piedras de moler de las referidas aceñas por el precio obtenido de dividir la cantidad recogida en las maquilas y la crianza de un cochino para la matanza. Este contrato parece que no dio sus frutos, pues poco después hallamos un nuevo arrendamiento en favor de los demás componentes del señorío, es decir, de Garci Vacas, de Manuel Criado, de Pedro Sánchez Canalejo, de María del Castillo y de Francisco del Castillo por precio de sesenta fanegas de trigo cada una de ellas. En 1610 don Juan de Lara de la Cerda concertó con el molinero Andrés Toledano Vallejo el alquiler de dos muelas harineras en la aceña del Cascajar. Gracias a este contrato conocemos cual era la propiedad de la Pajaza y de la piedra Larga en estos momentos: “…que la una piedra se dize la Pajaza que es toda mía e la otra la piedra Larga ques mía y de otros…”.
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Vista aérea de Montoro, donde se aprecian otras aceñas ubicadas junto al Guadalquivir. |
El 28 de Abril de 1635, don Juan de Lara y de la Cerda fundó una capellanía en la parroquia de San Bartolomé ante el escribano Juan de Vacas auspiciada con varios bienes entre los que se hallaba la decimoctava parte de las aceñas del Cascajar. De 1638 conservamos un curioso proceso judicial acerca de la muerte de un mulero de la ciudad de Bujalance que abastecía de trigo las aceñas del Cascajar cayendo por tropiezo de su mula al pozuelo de la dicha aceña muriendo ahogado según los informes judiciales existentes de dicho asunto.
La información proporcionada por el interrogatorio del Marqués de la Ensenada nos informa que estas instalaciones poseían cuatro piedras propias de don Cristóbal Ortiz de Sotomayor, de la Capellanía que fundó María del Castillo Madueño, de doña Francisca Porcuna y una última con cuatro dueños (Francisca Porcuna, Juana de Vacas, Francisco Muñoz y a la capellanía de don Juan de Lara).
El 26 de mayo de 1869 se conmutó la capellanía fundada por don Juan de Lara en 1635 por parte de don Miguel Mexía de la Cerda y su hermana doña Francisca con objeto de que se pudiese llevar a cabo la venta de la parte que les correspondía de esta instalación hidráulica. Dicha pretensión se llevó a cabo en 1872 a favor del farmacéutico don José María Molina Canalejo por un importe de 1.500 reales. Este boticario continuó comprando las partes restantes de este molino harinero ya que en 1898, compró la piedra Pedrohila a don Ildefonso Serrano Madueño por 1.250 pesetas.