Vista general del Molino Las Prensas de Montoro. 1894. FOTOTECA PASIÓN POR MONTORO |
Manuel Perales Solís
Aún muy joven me llamó la atención la arquitectura singular de pinceladas modernistas de esta casería del Charco Novillo el día que decidí realizar una ruta en bicicleta a través del viejo trazado de la carretera comarcal 420, cuando atravesaba el Yeguas por el puente de la Campana, una construcción proyectada hacia 1866 durante el reinado de Isabel II, hoy bajo las aguas del pantano. Ya en la orilla montoreña subí la cuesta que llamaban de Pinillos y avisté a lo lejos los eucaliptos del antiguo ventorrillo de “La Niña”, lugar de anhelado refrigerio y reposo para curtidos jornaleros de la zona, pastores transhumantes y arrieros correcaminos portadores del carbón y picón de las encinas de Sierra Morena. Enseguida observé como a la izquierda de la carretera sobresalía una gran chimenea de mediana altura y una esbelta espadaña, elementos que se confundían entre los perfiles de otras construcciones y de un bosquecillo de pinos, álamos y eucaliptos; me adentré por un camino flanqueado de olivos y pronto observé que estaba ante un edificio de grandes dimensiones de características palaciegas, en cuya fachada principal destacaba una soberbia reja y varios naranjos y especies arbóreas que le daban a la avenida de acceso gran frondosidad. Pregunté a un obrero que llegaba de su trabajo y me dijo que se trataba de la casería de Las Prensas. Me informó aquel hombre de que el dueño era asturiano y que la casería estaba provista de una gran almazara donde antaño se molían las aceitunas de los más de 50000 olivos comprendidos entre las diferentes fincas que, años atrás, habían pertenecido a la Condesa de la Vega del Pozo, dama de noble alcurnia, grande de España de 1ª clase, e impulsora de aquel conjunto monumental del pago del Mosquil, y digno de ser conservado para el deleite de futuras generaciones.
La
cercanía de las Prensas a nuestro término municipal y la
vinculación que este lugar había tenido con Marmolejo a través de
episodios y acontecimientos ocurridos a lo largo de los años, daban
motivos suficientes como para merecer mi atención, y pienso yo que
la de cualquier viajero que transitase por estos lugares. Muchos
jornaleros marmolejeños trabajaron en Las Prensas durante la
recolección de las aceitunas y otras muchas personas de los
diferentes estratos sociales la visitaron con motivo de las fiestas
de la Sagrada Familia celebradas en tiempos que esta mujer fuera su
propietaria. Durante la República, estos olivares estuvieron
arrendados al marmolejeño Andrés Pastor, y en la postguerra su
dueño José Santos tuvo por chófer y hombre de confianza a Jesús
García Valle “Jesús el de Las Prensas”, casado en Marmolejo con
la hija del citado Andrés Pastor.
Iglesia de Las Prensas, obra del arquitecto cordobés Adolfo Castiñeyra Boloix. Fuente: Manuel Perales Solís |
Por
diversos testimonios que escuché de boca de viejos paisanos que ya
no están entre nosotros, parece ser que este rincón del Charco del
Novillo perteneció, desde finales del XVIII, y durante gran parte
del siglo XIX, a la casa de Villaverde la Alta, con inmensas
propiedades entre los términos municipales de Marmolejo y Montoro.
La casa de Villaverde por razones difíciles de explicar,
probablemente asociadas al fallecimiento de la condesa María Teresa
Bernuy y Jiménez de Coca en 1887, cuando solo contaba con 47 años
de edad y/o al fracaso de algunas de las empresas de su consorte
Teodoro Martel, entró en paulatino declive, hecho que se constata
con la venta de buena parte de las propiedades de olivos de su
titularidad en el pago del Charco del Novillo, incluida Las Prensas,
y sus aledañas de Pinillos y Belloteros, que fueron adquiridas por
la condesa de la Vega del Pozo y duquesa de Sevillano, mientras que
la posesión de Escalera era comprada por el marqués de Viana.
A
estas alturas del XIX vemos como las grandes propiedades olivareras
de nuestro entorno se traspasaban por compraventa entre las familias
burguesas y nobleza terrateniente con suficiente poder económico, no
siendo todavía habitual el arrendamiento práctica que se impuso
con mayor profusión, sobre todo, a partir de los años iniciales del
XX y que evidentemente iba a producir un deterioro de las condiciones
laborales de un sinfín de braceros antaño empleados, casi de por
vida, en estas grandes propiedades latifundistas.
Para
hablar de esta hacienda de las Prensas, adquirida probablemente por
la condesa hacia 1887, voy a apoyarme en la crónica realizada en
el “Diario Córdoba” por el periodista Manuel Rosal, fechada el
6 de junio de 1897 y titulada “La bendición de una Iglesia”. En
ella recogía con todo detalle los pormenores de la inauguración
llevada a cabo el día 2 de junio, de la obra de las Prensas y de su
Iglesia. Por su interesante contenido y por la profusión de datos
aportados, hasta ahora inéditos, creo que merece la pena
reproducirla en sus párrafos más significativos: “Grandiosa,
brillante y magnífica ha resultado la fiesta celebrada en la poética
Sierra Morena con motivo de la bendición de una iglesia que bajo la
advocación de la Sagrada Familia, acaba de construir la Excma. Sra.
Condesa de la Vega del Pozo, en la hermosa posesión de olivar,
llamada Las Prensas propiedad de dicha distinguida señora, en este
término municipal. Extenso convite hecho por los señores
administradores de esta importante casa, ha dado por resultado una
gran reunión, asistiendo el que esto escribe por atenta invitación
de Cesáreo Verdejo, administrador de la señora en Montoro.
En
el tren correo del 1º de los corrientes, acompañado de varios
amigos y algunos señores curas de esta población (se supone que
salieron de la estación de Montoro), nos trasladamos a la estación
de Marmolejo, en donde nos esperaban varios carruajes, y por cuenta
de la casa de la señora condesa, nos dirigimos a la posesión de Las
Prensas por la accidentada carretera, no sin detenernos algunos
momentos en el Balneario de Marmolejo, situado en la margen izquierda
del Guadalquivir, junto a su restaurado puente romano…..Como
empezaba a declinar la tarde volvimos a tomar los coches,
dirigiéndonos al punto de nuestra expedición; pasamos el bonito
puente sobre el manso Yeguas, y sin incidente desagradable, aspirando
ya los balsámicos aires de la sierra, llegamos a la hermosa finca de
Las Prensas, a las siete de la tarde, pasando bajo vistosos arcos de
monte que se hallaban formados en el pequeño ramal de carretera de
la señora condesa; en el mismo momento de nuestra llegada se acababa
la ceremonia de bendecir la campana de la Iglesia habiéndosele
puesto el nombre de María Diega de la Sagrada Familia.
El
vasto y prolongado edificio de Las Prensas está construido sobre una
extensa planicie; del rectángulo que forma la fábrica se adelantan
dos elegantes pabellones, igualmente confeccionados en los extremos,
resultando una plaza o patio cerrado por verja labrada de bastante
gusto artístico, teniendo la entrada en su parte media: todo está
construido de piedra de sillería, estilo moderno, incrustada en
forma de polígono, o sea de mosáico. Estas importantes obras, como
la iglesia que describiremos, no solamente hacen honor a la casa que
las ha costeado, sino también al inteligente arquitecto don Adolfo
Castiñeyra(1), que las ha dirigido y al hábil maestro don Santiago
Oria, que las ha efectuado sin error en los planos sacados para tan
importantes edificaciones.
Puerta de entrada al patio de Las Prensas. Fuente: Manuel Perales Solís |
Los
pabellones laterales destinados a suntuosa morada y al
establecimiento de oficinas, están repartidos interiormente a estilo
madrileño y lujosamente amueblado; al penetrar en los departamentos
centrales en donde está establecida la fábrica de aceites, resulta
una confusión, por la diversidad de máquinas y otros medios de la
mecánica moderna, bastando con manifestar lo bien concluido de todos
los aparatos y grandes piezas de hierro en que se lee grabado el
nombre del señor Beltrán de Lis, de Antequera.
La
iglesia, precioso monumento frente al edificio principal, está
construida sobre una gran meseta, a donde se sube por cómodas y
elegantes escalinatas de piedra pulimentada; ante el pórtico se ha
hecho un bonito paseo con muy buen piso, hermosos y largos asientos.
Esta
iglesia tiene una preciosa fachada con alto campanario, y dos
hermosas campanas, destinada una de ellas al reloj de torre
establecido con repetición, cuya blanca esfera, de más de un metro
de diámetro, se observa perfectamente desde todo el edificio; en la
parte más alta de la fachada se ven labradas en piedra las iniciales
de Jesús, Mª y José.
La
iglesia es de regular capacidad, afecta la forma rectangular, estilo
románico ojival, teniendo en su parte posterior, una pequeña
sacristía que tiene la figura de un trapecio. El altar, sillería,
bancas y púlpito, llevan el mismo estilo antedicho con sencillez y
elegancia. La Sagrada Familia, imágenes de este templo, son de gran
mérito artístico, tanto en escultura como en pintura, debido a
artistas españoles de la casa del señor Pons (2); los ornamentos y
todos los accesorios de gran riqueza y buen gusto.
A
las nueve de la mañana del 2 de los corrientes, los sonidos de las
alborozadas campanas de la nueva iglesia y los truenos de infinidad
de cohetes lanzados al espacio, anunciaron se aproximaba la hora de
la bendición, acudiendo un gentío numerosísimo de todas las
caserías de aquel pago y muchas familias de Montoro, Marmolejo y
Villa del Río, pareciendo aquel sitio una improvisada feria, según
los puestos que se establecieron en aquellos olivares.
Verja que flanquea el patio de Las Prensas, probablemente realizada en los talleres antequeranos de la Fundación Beltrán de Lis. Fuente: Manuel Perales Solís |
Por
delegación del virtuoso señor Obispo de Córdoba al digno señor
Arcipreste de Montoro para la bendición de esta iglesia y sus
ornamentos, ayudado de varios clérigos, se procedió a este acto con
toda solemnidad y con los preceptos de rúbrica. Después penetró la
concurrencia en la iglesia, quedando un gran contingente fuera por no
haber espacio bastante para tan gran multitud….
Llegada
la hora del mediodía, pasamos el gran número de convidados al
pabellón de la izquierda del suntuoso edificio de la fábrica, en
donde estaba dispuesta una prolongada mesa que llegaba a las afueras
del patio, estando esta parte cubierta por un toldo y en los lados
varios vistosos arcos y guirnaldas de monte. A solicitud del reputado
fotógrafo de Córdoba señor Almenara, nos colocamos
convenientemente, y dicho artista sacó dos fotografías de la mesa
con todos los convidados. La comida ha sido espléndida, servida por
la fonda de Oriente de Córdoba, que ha cumplido satisfactoriamente.
El menú consistió en lo siguiente: Consomé duquesa, merluza salsa
Robert, ternera con guisantes, pastelillos a la Reina, jamón en
dulce, pava asada, ensalada, mantecado de limón, postres variados,
vinos nacionales y extranjeros, café, licores y tabacos…”
Finalmente
relata el periodista Rosal que le correspondió a él, a petición de
Felipe María Sevillano, hacer el brindis con un breve discurso
destinado a ensalzar las virtudes de la Condesa de la Vega del Pozo
que no estaba presente en el acto, valorando los méritos del allí
presente en su representación, don Felipe María Sevillano, asesor y
tío carnal de la condesa, y uno de los principales impulsores de la
obra. Terminó la comida con el discurso del párroco de Villafranca
don Francisco Gómez, en nombre del resto del clero allí presente.
Unos meses después de la sonada inauguración la condesa regalaba al
Arcipreste de Montoro, José de Juliau un cáliz de plata y oro como
recuerdo de la bendición de la capilla dedicada a la Sagrada
Familia, noticia que fue recogida en el “Córdoba” del 30 de
noviembre de ese mismo año.
Fachada sur de la almazara de Las Prensas, hacia el patio troje. Fuente: Manuel Perales Solís |
En
relación al molino aceitero de las Prensas Pedro Majuelos Martos (3)
nos apunta que “hay que destacar la riqueza de los materiales
utilizados en su construcción, que en muchos casos había que
traerlos de fuera, por lo que su construcción se demoró bastante
tiempo dando lugar a que en Montoro se acuñara la frase “va
a durar más que las obras de las Prensas”.
La casería constituye un gran conjunto agroindustrial de singular
importancia por las dimensiones y características edificatorias, si
bien no puede considerarse representativo de ninguna tipología
dominante en el olivar montoreño. A primera vista nada nos haría
pensar que se trata de una almazara. Su fisonomía es una estructura
palaciega en forma de U con un amplio patio frontal empedrado y
cerrado por su parte delantera, por unas rejas de rica ornamentación.
En la esquina derecha se levantaba la vivienda para los señores y el
encargado, destacando una galería en la segunda planta con techumbre
metálica y cierres acristalados. Se levanta este edificio a
finales del XIX (1891), cuando se reforma la casería del Corregidor
(en el pago montoreño de Santa Brígida), ambas pertenecientes a la
condesa de la Vega del Pozo, ultimándose las obras con la
finalización de su iglesia hacia comienzos de 1897. Junto al
edificio principal y la iglesia destacan otras viviendas para obreros
y para cuadras de animales de labor, cuya tipología arquitectónica
están más en la línea de la construcción rural predominante en el
pago del Mosquil. Probablemente estas viviendas de aspecto más
sencillo podrían tratarse del antiguo caserío existente en esta
finca de Las Prensas.
Corrió
también por Montoro, en relación a esta magna obra, el bulo,
probablemente infundado, de que el administrador de la señora
condesa, distraía parte de los materiales destinados a la obra de
las Prensas para el arreglo de la casería del Corregidor, al parecer
donación que le hizo en agradecimiento a los servicios prestados.
Puerta de acceso al patio troje. Fuente: Manuel Perales Solís |
Por
estos años ejercía como administrador de la condesa Cesáreo
Verdejo Mónico. Una nota cronológica enviada desde Montoro por el
corresponsal del “Diario Córdoba”, fechada el 20 de marzo de
1906, resaltaba brevemente los rasgos de esta personalidad
sobradamente conocida en la sociedad cordobesa de finales de la
centuria: “Era muy
conocido en toda la región andaluza por haber desempeñado las
administraciones de casas tan importantes como la de los duques de
Medinaceli, del marqués de Benamejí y de la condesa de la Vega del
Pozo y duquesa de Sevillano, y en las provincias de Sevilla, Córdoba
y Málaga gozaba de generales simpatías por las bellísimas
cualidades que le adornaban…No era andaluz: nació en Almadén
(Ciudad Real) el 25 de febrero de 1835; más su carácter franco y
abierto le asemejaban a los hijos de esta región. Verdadero
prototipo de caballerosidad, en su larga vida que consagró entera al
trabajo no quiso más que crear amigos y sembrar el bien a manos
llenas…Desempeñó en esta población el cargo de primer teniente
de alcalde en la época en que fue presidente del Ayuntamiento Don
Bartolomé Benítez Romero, y era caballero de la Orden de Carlos
III”(4). Desde 1905
le había sucedido como administrador Francisco Moreno Ojeda, natural
de Barchín del Hoyo (Cuenca) que residía en la casa de la condesa
en la calle Rosario de Montoro.
Conviene
ahora detenerse en los aspectos biográficos de esta singular dama
que, probablemente sin pretenderlo y sin hacer apenas acto de
presencia por sus posesiones tanto de Montoro como de Marmolejo, su
imagen quedó asociada, sin embargo, a la de una dama piadosa de
firmes convicciones religiosas convertida, eso sí, en auténtica
“alteza” de los pagos del olivar serrano montoreño que instauró
en todos sus dominios una particular manera de ayudar a los más
pobres y desvalidos en los momentos de graves crisis de trabajo,
quizás influida por las directrices emanadas de la conocida
encíclica “Rerum novarum” de León XIII, documento que significó
cierta apertura hacia un catolicismo de compromiso más social
frente a las injusticias sociales y la dureza de las condiciones en
el trabajo denunciadas, desde hacía tiempo, por las asociaciones
obreras de inspiración marxista y anarquista. Una medida en esta
línea de atenuar las penurias de muchos jornaleros pero buscando al
mismo tiempo el acercamiento a la fe católica del obrero agrícola,
la vemos en la curiosa disposición de la condesa en la que declaraba
el descanso de los domingos de los obreros de sus fincas, “cuidando
que estos no dejen de asistir al sacrificio de la Misa, y que los que
necesitaren para vivir los días festivos de su jornal, que lo
reciban íntegro, como si trabajaran”. Hábitos
como estos perduraron años después, en la España de Postguerra,
durante la etapa de mayor influencia del nacional-catolicismo.
Siguiendo
a su biógrafo Antonio Herrera Casado podríamos destacar las
siguientes líneas: “La
condesa de la Vega del Pozo, María Diega Desmaissières y Sevillano
nació en Madrid en 1852 y murió en Burdeos en 1916. Perteneciente a
una noble familia poseedora de numerosos títulos aristocráticos y
de una inmensa fortuna material, permaneció siempre soltera quedando
en posesión a lo largo de su vida de una inmensa fortuna, que ella
destinó en buena parte a la fundación de centros benéficos en
diversos lugares de España. Su bisabuelo paterno era francés, de
la región de Burdeos, y se llamaba Arnaldo Desmaissières. Su abuelo
paterno era Miguel Desmaissières, oriundo de León, y quedó
heredero en el Bordelés francés de inmensas extensiones de
territorio de viñedos. Con título de conde la Vega del Pozo se
dedicó a la política desde los años finales del siglo XVIII. La
abuela paterna era Bernarda López de Dicastillo, también de noble
ascendencia navarra, con enorme patrimonio constituido de varios
palacios y tierras.
De
los numerosos hijos de este matrimonio, fue Diego María
Desmaissières y López Dicastillo, padre de María Diega, quien
recibió de su padre el título de conde de la Vega del Pozo y
marqués de los Llanos de Alguazas con sus anexos territorios en
Murcia. Este hombre ejerció la actividad de diplomático, siendo
embajador de España por diversos lugares de Europa, entre ellos
Bélgica e Italia. Casó en 1846 con María Nieves Sevillano y
Sevillano que heredaba los títulos de marquesa de Fuentes del Duero
y duquesa de Sevillano. La boda se realizó en Guadalajara, en el
palacio de los Desmaissières con una fastuosidad principesca. En
1850 nació su primera hija, María de las Nieves, que murió a los 3
años. En 1852, nació María Diega que heredaría todos los títulos
y todas las riquezas de ambas familias. Perdió a su padre muy pronto
pues Diego falleció en Pau en 1855, heredando la influencia de
bondad, generosidad y entrega de su tía María Micaela, la Santa de
la familia. De ahí que María Diega, que siempre permaneció
soltera, se propusiera desde muy joven la realización de una gran
fundación que sirviera de acogimiento a pobres y desvalidos,
proyecto que puso en práctica en la ciudad de Guadalajara, con la
construcción en la capital alcarreña de un complejo educativo y de
acogida para niños y niñas pobres conocido por La Escuela-Modelo y
el Asilo. Junto a él construyó una Iglesia en recuerdo de su tía
santa María Micaela, y un gran panteón donde fuera enterrado su
padre y que sirviera para acoger los restos de toda su familia y los
suyos propios”.
Heredera
única como hemos visto, de una de las familias más ricas de España
en los años de auge de la gran burguesía terrateniente, esta mujer
se ocupó muy pronto de cuantos problemas sociales emergían en la
España de fines de siglo XIX. Sin embargo al haber fallecido de
forma inesperada en Burdeos, el 9 de marzo de 1916 sin descendencia
directa de hijos o sobrinos, la inmensa fortuna de María Diega quedó
en poder del estado francés, en lo relativo al vecino país y en el
de algunos remotos parientes, Congregación de Adoratrices y estado
español, en lo referente a sus bienes de España.
Escultura de María Diega Desmaissières y Sevillano,
condesa de la Vega del Pozo y duquesa de Sevillano,
ubicada en el paseo del doctor Fernández
Iparraguirre de Guadalajara. Autor: Luis Sanguino.
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Nos
dice Pedro Majuelos, que el patrimonio de María Diega en Montoro,
además de las fincas y almazaras mencionadas, se componía de otro
molino en la calle San Francisco, y una casa en la actual calle
Rosario nº 4, (en algunos artículos de prensa he visto nº 3) donde
habitualmente residieron sus administradores. Igualmente poseyó
diversas posesiones rústicas en torno a Santa María de Trassierra,
en la sierra cordobesa (5), aldea en la que fomentó también la
celebración de la fiesta de la Candelaria con celebraciones
camperas, al gusto de la casa, similares a la de Las Prensas.
El
autor e investigador de temas montoreños Antonio Delgado, en su
libro “Montoro en sus calles y plazas”, nos refiere que en el año
de 1906, la corporación municipal además de otorgarle el título de
Hija Predilecta (6), acordó dar a la calle Rosario, donde tenía su
casa, el nombre de Condesa de la Vega del Pozo. Parte de este
reconocimiento tuvo su origen en el ofrecimiento de esta señora en
los años de climatología adversa y por tanto de graves crisis de
trabajo, de emplear a multitud de jornaleros que se encontraban en
situación límite de paro y de falta de recursos alimenticios
básicos, en sus distintas posesiones. Parece ser que esa actitud
solidaria tuvo su punto álgido en 1897 y posteriormente en la
primavera de 1906 circunstancia que nuevamente destacó el
corresponsal montoreño del “Diario Córdoba”, en su crónica del
9 de abril de 1906: “La
Excma. Sra. condesa de la Vega del Pozo y duquesa de Sevillano, ha
autorizado a su administrador Francisco Moreno Ojeda para que
mientras duren las circunstancias críticas porque atraviesan los
obreros de Montoro, a causa de la escasez de trabajo, reparta
limosnas que consisten en 65 céntimos de peseta diarios para cada
uno de los necesitados. Estos socorros se reparten con intervención
de la autoridad municipal y eclesiástica, en bonos, los cuales, los
hacen efectivos los interesados en las tiendas a cambio de artículos
de primera necesidad. El término medio de los bonos que se
distribuyen oscilan entre 130 y 140”.
Las Prensas el día de su inauguración (2 de junio de 1897). Las fotografías de ese día fueron realizadas por el afamado fotógrafo cordobés Eleuterio Almenara. FOTOTECA PASIÓN POR MONTORO |
Inaugurada
finalmente la obra de las Prensas, se celebraron allí, durante
varios años, por encargo de la condesa la fiesta dedicada a la
Sagrada Familia, el 21 de enero. Hasta allí se desplazaban lugareños
del pago del Charco del Novillo y numerosas familias de aceituneros
que habitaban en casillas y caserías del término de Marmolejo,
próximas al rio Yeguas; también las autoridades de los pueblos
limítrofes y muchas personas con propiedades en la zona que
acostumbraban a residir en sus caserías durante el invierno. Nos ha
quedado constancia a través de testimonios orales de Natividad
Robles Perales, que desde las casillas de la Loma Candelas del
término municipal de Marmolejo, las familias de Bartolomé Robles y
Bartolomé Vizcaíno, se desplazaban a la tradicional fiesta de la
Sagrada Familia. Ese viaje lo realizaban en mulos, atravesando el río
Yeguas por el vado de los Cabios. En las vísperas preparaban las
mujeres María de la Cabeza Perales, esposa de Bartolomé Robles),
Natividad Robles, hija, y su prima Julia Perales (mujer de Bartolomé
Vizcaíno) gran cantidad de dulces caseros: pestiños, roscos de
aguardiente y tortas de aceite, y como no un abundante menú
compuesto de productos derivados de las matanzas del cerdo realizadas
hacia finales de la estación otoñal (7).
Estas
fiestas quedaron igualmente inmortalizadas en dos crónicas
periodísticas realizadas por el diario “El Defensor” de
Córdoba, de 25 de enero de 1906, y el “Diario Córdoba”, de 26
de enero de 1912 y que hoy adquieren naturaleza de joya documental
pues nos permiten visualizar aspectos olvidados de nuestro pasado y
de la sociedad rural de principios del XX. Por su interés, y en el
mismo orden cronológico, las reproduzco íntegramente:
“El
día 21 de los corrientes, a las 10 de la mañana, tuvo lugar la
solemne función religiosa que la Excma. Sra. condesa de la Vega del
Pozo costea anualmente a la Sagrada Familia de Nazaret en su
magnífica posesión denominada “Las Prensas”.
La
hermosa capilla se hallaba profusamente adornada y su nave era
incapaz de contener las personas que de Marmolejo, Villa del Río y
Montoro acudieron a la fiesta. Ofició la misa don Julián Rivas
Rojano, coadjutor de la parroquia de San Bartolomé, de esta ciudad,
ayudándole en concepto de diácono y subdiácono respectivamente los
presbíteros de Marmolejo D. Joaquín González y D. Pedro López
Morcillo.
La
cátedra del Espíritu Santo estuvo ocupada por el presbítero D.
Vicente Jiménez Morales, coadjutor de la parroquia del Carmen
(Montoro), el cual pronunció un hermoso panegírico de la Sagrada
Familia de Nazaret….Después de la fiesta se formaron los
tradicionales “corros” que duraron hasta la noche.
Vista general de la Capilla de Las Prensas a inicios del pasado siglo. Fuente: Archivo Hnos. Aguilar Pérez |
Mil
gracias al digno Administrador de la señora condesa de esta ciudad
D. Francisco Moreno Ojeda, por el modo como ha sabido acoger y
agasajar a los concurrentes”.
La
fiesta celebrada en 1912 era comentada en la sección “Ecos de
Montoro” del Diario Córdoba, pero en esta ocasión el corresponsal
al parecer desplazado desde la capital, se nos identifica con el
seudónimo de Gaitán:
“La
condesa de la Vega del Pozo posee en este término, entre otras
varias, una hermosa finca de olivar denominada de las Prensas. Muchas
veces habíamos oído hablar con encomio de la situación topográfica
de aquellos terrenos, del soberbio caserío construido, no ha mucho
tiempo, y muy especialmente de la fiesta que todos los años se
celebra el tercer domingo de enero dedicada a la Sagrada Familia.
En
repetidas ocasiones había sido invitado por mi apreciado amigo don
Francisco Moreno Ojeda, administrador de la casa, para asistir a
dicha fiesta, y no pude responder hasta ahora a su insistente
galantería.
Ya
he tenido el gusto este año de que la realidad me haya mostrado toda
la belleza e importancia de aquel paraje, que con decir que se
encuentra en el renombrado pago del Charco Novillo, nos releva del
atrevido intento que pudiéramos tener de describirlo. La bondad de
aquel clima y la feracidad de aquel suelo prestan verdor y lozanía
al arbolado; son abundantes las cosechas y los aceites finos y de
gusto exquisito.
Lástima
que tan importantes predios se encuentren sin comunicación fácil y
espedita, especialmente en esta época de lluvias que es cuando se
recolecta la aceituna, y conste que tiene dos carreteras a las que
casi nada les falta para que pudieran ser calificadas como buenas.
Nos
resignaremos, si continúa este lamentable abandono, a esperar a que
el aeroplano se generalice en esta comarca para tener de nuevo la
dicha de experimentar otra igual satisfacción a la que hemos gozado
en nuestra primera visita.
Esto
que todos lo saben, bueno es que se repita, y bueno es que lo
recuerden, y después que cada palo cargue con su vela.
Llegamos,
por fin, a la referida finca el sábado por la tarde, y después de
los saludos de rúbrica, nos dedicamos a ver las dependencias del
edificio, principalmente la parte dedicada a la elaboración de los
aceites, donde pasamos las horas embelesados.
Detalle de la Capilla de las Prensas. Inicios S.XX Fuente: Archivo Hnos Aguilar Pérez. |
Primeramente
visitamos el molino, movido a sangre, que es un modelo en su clase.
Luego pasamos a la fábrica, movida a vapor, y allí el señor Moreno
nos fue explicando al detalle las aplicaciones de cada una de las
máquinas, todas modernas y de utilidad probada; pasamos al
departamento del motor, prensas, sala de envase, admirando el
simultáneo funcionamiento de aquel innumerable conjunto de
auxiliares mecánicos de la fuerza humana. Aquí tuve el gusto de
saludar a mi paisano y amigo señor Carranza, encargado de la finca,
empleado activo y honrado en quien el señor Moreno tiene depositada
toda su confianza.
Suena
el silbato de la locomóvil que anuncia el paro general como víspera
de fiesta y el señor Moreno nos recuerda que ha llegado el momento
de abandonar la dinámica para ir en busca de la cena. Todos
obedecimos con presteza aquel oportuno aviso, pues buena falta hacia
reponer esos estómagos traqueteados durante cinco horas de carruaje.
La cena, que fue suculenta, transcurrió salpimentada con amenísima
conversación y, tomado el café, nos fuimos a la iglesia, pues ya el
repique de campanas y el estampido de los cohetes anunciaban la hora
de rezar el santo rosario.
Gratamente
impresionados quedamos al penetrar en la Iglesia. Una esbelta nave
cuyas paredes y bóveda están pintadas con mucho gusto; un precioso
altar que sustenta valiosas y artísticas imágenes; ricos
ornamentos; radiante de luz; esmerado aseo, y lo más sorprendente
aún, fue verla repleta de fieles, campesinos que tienen la piadosa
costumbre de acudir a las prácticas religiosas que en aquel lugar se
celebran.
Capilla de Las Prensas, 1894. FOTOTECA PASIÓN POR MONTORO |
Terminó
el rezo de la noche con el canto de letanía y después una bonita
salve, y a continuación el reverendo padre Celestino, superior de
los Trinitarios, con residencia en Córdoba, pronunció una hermosa
plática doctrinal adecuada a las circunstancias, por lo que fue muy
felicitado.
Y
ya en esta hora nos encontramos en plena fiesta; las campanas repican
más fuerte; los cohetes estallan sin interrupción en el espacio; la
alegría cunde y va como desparramándose por los distintos senderos
que sigue cada grupo en busca de su albergue, y los que aquí quedan
ríen y celebran las graciosas ocurrencias de las muchachas que, con
multitud de lucecitas de bengalas en sus manos, amenazan quemarnos
con las chispas que despiden, sin duda menos candentes que las de sus
lindos ojos.
Avanza
la hora y como también es preciso dar tregua a la alegría y
descansar para estar dispuestos a continuar de nuevo al día
siguiente, suena la queda, es decir, el trueno gordo, y todos nos
vamos a dormir.
La
del alba sería, o a mí me pareció serlo, cuando nos lanzamos al
campo, deseosos de contemplar aquellas bellezas naturales. El sol se
presentaba con la esplendidez y hermosura que luce en los deleitosos
días de primavera.
Ya
van llegando los animados grupos de personas que se fueron, y otros
más, y pronto invade los paseos y planicies que rodean la finca una
abigarrada multitud, esperando la hora de la fiesta. Este solemne
acto empezó a las diez, oficiado a tres voces y orquesta y dedicada
a la Sagrada Familia.
Terminado
de cantar el Evangelio, subió al púlpito el señor arcipreste de
este partido, D. José de Julián e hizo el panegírico de aquellas
benditas imágenes que allí se veneran, teniéndonos suspensos de su
elocuente palabra por espacio de tres cuartos de hora…..El señor
arcipreste recibió mil enhorabuenas de todos los circundantes, que
no cesaban de encomiar al notable sermón que habían escuchado.
Después
vamos a visitar los puestos de juguetes y golosinas, frutas y
hortalizas, como un reinado de las ferias de las aldeas, y los
jóvenes juegan al corro, y otros cantan y ríen, y muchas parejas
bailan al compás de una destemplada guitarra. El cuadro es completo
y encantador.
Viviendas para obreros en el molino Las Prensas de Montoro. Fuente: Manuel Perales Solís |
No
quisiéramos dejar de contemplarlo, pero es la hora de la comida y
vamos a sentarnos a la mesa, donde nos sirven un esmerado banquete,
dispuesto con el refinamiento y gusto que era de esperar de las
personas encargadas de ello: la esposa e hija del señor Moreno, dos
señoras tan simpáticas como amables.
Allí
tuve el gusto de ir saludando a las distinguidas familias de Montoro
y otras de los pueblos inmediatos que se hallan pasando el invierno
en sus posesiones. Omito dar sus nombres porque sería tarea difícil.
Al
terminar la comida ya estaba el coche dispuesto para regresar. Nos
despedimos de todos con bastante sentimiento y a los señores de la
casa, que nos habían colmado de atenciones, les hicimos presente
nuestro profundo agradecimiento”.
Evidentemente
todo no era siempre del color de rosa con que estas crónicas
costumbristas recogían retazos alegres y divertidos de la vida
campestre en sus momentos de asueto y de fiesta. Junto a la opulencia
y las comodidades con que vivía la clase aristocrática y burguesa
terrateniente, la otra cara de la moneda era una clase obrera
miserablemente pobre y carente de los más elementales recursos
materiales y espirituales. A esta pobre gente en la más absoluta
miseria, una vez finalizados los trabajos de la recolección solo le
quedaba el recurso a rebuscar aceitunas, bellotas, espárragos o a la
caza furtiva para poder sobrevivir, para así poder afrontar los
duros meses de paro que se avecinaban hasta la llegada del tiempo de
la siega en las campiñas. Aún así muchas veces acababan acudiendo
a la caridad pública, o las aportaciones de beneficencia de los
Ayuntamientos e instituciones pías.
La
Guardia Civil vigilaba y perseguía continuamente estas acciones de
rebusca por encargo de los dueños de las grandes fincas, sobre todo
en los olivares que por unas razones u otras llevaban atrasada la
recolección. En los años malos y de fuerte crisis de trabajo, al
jornalero le costaba respetar los plazos temporales y las normas
fijadas para la rebusca y adelantaba esta antigua práctica antes de
lo previsto y sin la autorización de los propietarios, con los
consiguientes problemas con los agentes de la autoridad que casi
siempre reprimieron con extremada dureza los pequeños hurtos
realizados para poder sobrevivir.
Manolín, obra del montoreño Esteban Beltrán |
El
8 de febrero de 1900 el diario cordobés “El Defensor de Córdoba”,
daba cuenta de que la Guardia Civil del puesto de Villa del Río
había detenido a treinta y un vecinos de Marmolejo a quienes
sorprendieron rebuscando aceitunas sin autorización de sus dueños
en los olivares de Pinillos, cercano a las Prensas, propiedad de la
señora condesa de la Vega del Pozo y de Don Juan José de la Bastida
Herrera, hijo del conde de Ardales del Río y descendiente de los
condes del Robledo de Cardeña. Éste señor perteneciente al linaje
montoreño de los Camacho, poseía por estos años la finca de
Españares en plena Sierra Morena, lugar de reunión y de asueto de
la clase aristocrática con motivo de celebrarse afamadas monterías
(8). La tipología de los castigos infringidos por la Guardia Civil
iba desde forzar a la ingesta de las aceitunas sustraídas, castigos
físicos (golpes y puñetazos) en los cuartelillos y, por supuesto,
la incautación total del fruto recogido tras largas jornadas de
andar arrastrados (mujeres y niños incluidos) por los pedregosos
suelos de los olivares de la serranía.
En
la misma ciudad de Montoro ya hubo quien denuncio la dramática
situación del proletariado con contundencia planteándole a la clase
jornalera soluciones para salir de su situación de desamparo, en
una célebre obra en la que se desarrollaba la utopía
republicano-socialista. Este hombre lúcido y honesto fue Esteban
Beltrán, un pequeño comerciante con preocupación social nacido en
1854. En 1892 regentaba un establecimiento de Comestibles y
Coloniales en la calle Coracha y unos años después, en los primeros
del siglo XX, fundó o ayudó a fundar, una escuela laica adscrita al
Círculo Republicano de su pueblo natal. “Me levanté y dije:
amigos míos yo me ofrezco y comprometo a enseñar gratuitamente a
todos los niños que vengan de día y de noche a leer, escribir y a
cuentas y las mensualidades de los alumnos ingresarán íntegras en
las cuentas para el sostenimiento del Círculo”.
“Beltrán,
que fue masón, republicano y georgista, -en palabras de José
Alberto Gómez en su introducción a la reedición del Manolín(9)-
escribió esta obra para enseñar al pueblo trabajador a practicar un
socialismo fraternal y bondadoso, más reñido con los curas que con
Dios, e inconfundiblemente regeneracionista en su preocupación por
la educación como providencia de libertad”. Beltrán viene a
describir de manera magistral en su obra Manolín, primera y segunda
parte, cuáles eran las verdaderas penalidades con las que se topaban
en su vida cotidiana, esas mismas familias jornaleras que van de
fiesta campera, aparentemente plenas de gozo y alegría, en la pluma
bucólica del periodista Gaitán.
Vista parcial del Molino Las Prensas de Montoro a inicios del pasado siglo. Fuente: Archivo Hnos. Aguilar Pérez. FOTOTECA PASIÓN POR MONTORO |
Un
capítulo de su obra titulado “La escarcha” dice así: “Era
una mañana de enero de este presente año que será memorable por la
abundancia de escarchas y por la escasez de lluvias. Los campos
amanecían un día y otro cubiertos con un sudario blanco, cuyo
aspecto tristísimo acongojaba el ánimo y hacía temblar de frío a
las fanegueras cuando se asomaban por las mañanas á las puertas de
los lagares á ver como había amanecido.
Particularmente
los niños, tiritaban aún arrimados á la candela, pensando en el
frio que iban á pasar cogiendo las aceitunas que, aprisionadas por
la escarcha, parecían almendras confitadas en la triste umbría.
–Vamos andando a coger las peladillas- decía el manijero después
de haber comido todos las migas tostadas al rayar el día; y de los
lagares salían en tropel hombres, mujeres y niños encogidos y
pisando el suelo duro y helado como si en él hubiera espinas agudas
que les clavaran en los pies descalzos de la mayoría de aquellas
infelices criaturas. ¡Qué invierno más cruel y terrible ha sido
este para las fanegueras!. La tierra endurecida por las escarchas,
estaba erizada de aristas de hielo como si hubieran brotado por todas
partes chorros de agua, quedando convertidos estos manantiales en
hielo formando chorros y cascadas caprichosas.
Por
encima de estos hielos había que andar todo el día y entre este
hielo había que sacar las aceitunas.
Los
hijos de las fanegueras, niños y niñas de corta edad, casi todos
ellos descalzos, ayudaban a sus madres en tan penosa tarea, gimiendo
y llorando y sufriendo en sus rostros amoratados y en sus cuerpos mal
cubiertos con ropas viejas de algodón, aquella temperatura fría y
glacial que se dejaba sentir como arañazos de gato furioso.
El
viento duro y frio del Norte, que es el que impide que en esta región
llueva con abundancia, contribuye a que la helada dure casi todo el
día, prolongando el sufrimiento de aquellas criaturas, que no se
comprende cómo pueden resistir tantas penalidades”.
Rosaleda de Las Prensas, al fondo la capilla. Años 20. FOTOTECA PASIÓN POR MONTORO |
Tras
la muerte de María Diega sin herederos directos, sus propiedades de
Andalucía fueron a parar a unos parientes lejanos. En el caso de Las
Prensas parece ser que pasaron a titularidad del asturiano don José
Santos, descendiente lejano de la condesa.
Hacia la década
de los setenta del pasado siglo, Las Prensas dejaron de funcionar
como almazara. En nuestros días este enorme complejo agroindustrial
camuflado bajo un aspecto palaciego se encuentra necesitado de obras
de restauración y de algún tipo de protección legal para
preservarlo en el futuro. Su arquitectura serviría también de
modelo en la ejecución de varias fachadas en la ciudad de Montoro de
singular belleza y es muy probable que el propio arquitecto Adolfo
Castiñeyra fuese el artífice de algunas de ellas.
Notas
y Bibliografía:
(1) Adolfo Castiñeyra Boloix, nace en Córdoba en 1856, casándose en Madrid en 1881 con María del Carmen Alfonzo, portorriqueña. Obtiene su título de arquitecto en 1891 que le hace volver a su ciudad natal al ser nombrado arquitecto de segunda del Ayuntamiento de Córdoba. En 1892 es nombrado director de la Escuela de Artes y Oficios; en 1893 arquitecto de la Diputación y en 1894 es nombrado por parte del Obispado arquitecto de la diócesis. En 1900 es nombrado académico de la Real Academia de Córdoba. Entre sus obras más destacadas figuran el edificio del IES “Maimónides” en Córdoba; la casa de Teófilo Álvarez Cid, en la avenida Gran Capitán, sede del Colegio de Arquitectos; la Iglesia de Santa Bárbara de Peñarroya-Pueblonuevo (1913); la terminación de la iglesia de la Inmaculada de Villa del Río (1894); la restauración de San Pablo de Córdoba (1897-1903), San Mateo de Lucena (1898), etc. En todas ellas dejó su sello modernista y eclecticista.(2) Francisco Font y Pons, fue un afamado escultor e imaginero nacido en Barcelona en 1848. Tuvo taller en Barcelona y posteriormente en Madrid. Realizó multitud de encargos de imágenes religiosas para iglesias y ermitas de toda la geografía española e incluso para el extranjero. Realizó la imagen de la Sagrada Familia para la iglesia de Las Prensas y un encargo similar para la Iglesia parroquial Ntra. Sra. de la Paz de Marmolejo. Falleció en Madrid en 1931.
(3) Artículo del desaparecido Pedro Majuelos Martos, publicado en “blogcentauromontoro” en 2008.
(4) Nota necrológica aparecida en el Diario Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos”, de fecha 22 de marzo de 1906. En relación a Bartolomé Benítez Romero nos dice Antonio Delgado García que fue alcalde de Montoro entre 1891 a 1894, aunque no especifica si perteneció a al partido Conservador o al Liberal. “Montoro en sus calles y Plazas”; autor Antonio Delgado García, página 794.
(5) En la sierra cordobesa había adquirido las Finca San José y lagares agregados, constituida de 582 fanegas plantadas de olivos, encinas, alcornoques, castaños (más de 4000), naranjos, caserío de recreo y de labor y molino aceitero. También era dueña de la Dehesa nombrada de Navallana, en los Valhondos, junto al Guadalmellato con 1470 fanegas. En Marmolejo dispuso de la finca de la Boca del Río, junto a la desembocadura del Yeguas, y la Viñuela de Godoy también ribereña al Yeguas.
(6) Este título de Hija Adoptiva y Predilecta de la ciudad estuvo expuesto en noviembre de 1907, en el escaparate de la sombrerería que el comerciante José Rusí tenía en la calle Gondomar de Córdoba. Se trataba de un documento de caligrafía policromada de dibujo a la pluma y pintura a la aguada, realizada por Manuel Alfaro Vázquez, profesor numerario del Instituto General y Técnico de Córdoba. Tanto la pureza de la letra gótica del texto, con la vista panorámica de Montoro, dibujada con tinta china, así como también el resto de la orla y escudos que circundan el cuadro son una perfecta obra de arte, según la crónica del diario “Cordoba” fechada el 22 de noviembre de 1907.
(7) “La villa de Marmolejo en el reinado de Alfonso XIII”. Autor Manuel Perales Solís, página 254. Marmolejo, año 2002.
(8) Juan José de la Bastida Herrera era hijo de Rafael de la Bastida Nuño de Lara, conde de Ardales, y María del Carmen Herrera y Herrera, natural de El Carpio. Artículo del montoreño Pedro Majuelos “Los Camacho, genealogía de un influyente linaje montoreño”. Publicado en “blogcentauromontoro.com”. Año 2008.
(9) Esteban Beltrán Morales: “El Manolín”. Uno de los escasos ejemplares que quedan de esta obra, perteneciente a la biblioteca personal de Manuel Aguilar, tuve ocasión de leerlo gracias a mi buen amigo Francisco Aguilar Pérez.
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