LO MEJOR DE LA SEMANA

martes, 30 de agosto de 2011

Grandes imagineros: Juan Martínez Montañés

Iniciamos en nuestro Blog Pasión por Montoro una nueva sección, esta va a estar dedicada a todos aquellos esculturas que han pasado a la historia por su gran maestría. Para iniciar esta apartado que recibe el nombre de Grandes Imagineros hemos elegido al gran genio sevillano Juan Martínez Montañés. Comenzaremos realizando una pequeña biografía de este autor, después pasaremos a analizar a grandes rasgos su producción artística y para concluir analizaremos una por una todas las obras de este gran escultor, pudiendo establecer dos grandes bloques, sus esculturas y su producción retablística.

Comenzaremos realizando una breve biografía de este gran imaginero. Juan Martínez Montañés nace en Alcalá la Real, Jaén en el año 1568 y aprende el  oficio de dorador en el taller de su padre.
Desde los catorce años se encuentra en Sevilla, donde asiste al taller de Jerónimo Hernández o en el taller de Gaspar Núñez Delgado. En diciembre de 1588 obtiene los títulos de maestro escultor y maestro ensamblador o arquitecto de retablos, y establece su taller en la parroquia de la Magdalena.
Se casa dos veces, con Ana de Villegas en 1587, de la que tiene cinco hijos, y con Catalina de Salcedo, en 1594, que le dio siete hijos más.
Aunque Martínez Montañés fue un hombre de vida ordenada, llegó a estar encarcelado dos años acusado de complicidad en un asesinato.
En muy conocido el retrato de Velázquez realizado en 1635 cuando viajó a Madrid llamado por la Corte para realizar un retrato del rey con destino a la escultura en bronce, que hoy se encuentra en la plaza de Oriente, con caballo dibujado por el propio Velázquez, que luego fundiría Pietro Tacca.
Escultura ecuestre del rey Felipe IV, Montañés participó en la elaboración de este monumento realizando el modelado de la cabeza del monarca. Este hecho se refleja en un cuadro del gran genio de la pintura española, Velázquez, el cual nos representa a Martínez Montañés elaborando el busto que posteriormente sera usado para este monumento.
Retrato de Juan Martínez Montañés, obra de Diego Velázquez. Obra realizada por Velázquez a la edad de 38 años.



























Juan Martínez Montañés era consciente de su valía y se enorgullecía a menudo de ello. Gozó de tan enorme prestigio que los sevillanos lo llamaron el "dios de la madera". En el año 1649 muere en la ciudad que tanto lo había querido y a la que dejó la mayoría de sus obras, Sevilla. Este gran imaginero murió a causa de la peste que azotaba la capital andaluza hacia la mitad del S. XVII.
Juan Martínez Montañés adquiere formación en Sevilla bajo las influencias de Jerónimo Hernández, que morirá en el año 1586 y como curiosidad podemos destacar que nuestro imaginero portó el cadáver de su maestro, también adquiere influencias de su discípulo Gaspar Núñez Delgado Otros esculturas que influirán en su producción artística serán  Andrés de Ocampo y de Juan B. Vázquez, el Mozo.
Su obra se inicia por tanto dentro del clasicismo manierista, influjo que perdurará a lo largo de casi toda su obra, ese su sentido de la mesura, del equilibrio y de la belleza tan clásicos, al que irá incorporando elementos naturalistas. Sus composiciones son muy clásicas, idealizadas y equilibradas en contrapposto. Sus figuras nos muestran unos gestos graves y concentrados. Sólo su última época, de 1630 a 1648, puede ya considerarse plenamente barroca.
No obstante, hoy parece fuera de toda duda su dependencia formal de Pablo de Rojas, considerado el creador del Crucificado barroco, de quien sería discípulo antes de su llegada a Sevilla 
Destaca su obra además por el exquisito acabado y la policromía mate de Francisco Pacheco, que acentúa el realismo. Precisamente Pacheco, pintor y tratadista, suegro de Velázquez, debió contribuir en gran medida a su formación religiosa y humanística.
La temática le viene impuesta por el clima religioso de la Contrarreforma y el ambiente de la sociedad de su tiempo. Su genio, como el de Fidias, consistió en dar forma imperecedera a las personas divinas, a sus gestos y actitudes, según lo que la sensibilidad popular esperaba.
Entre sus retablos sobresalen el del monasterio jerónimo de Santiponce, en Sevilla,  por su envergadura, monumentalidad, y extraordinaria calidad escultórica, en el que se aparta del modelo compartimentado habitual y construye un espacio unitario; el del convento de Santa Clara, en Sevilla, y el de la parroquia de San Miguel, en Jerez. En imagen podemos ver a San Juan Evangelista, obra de Martínez Montañés, como característica propia de este autor podemos resaltar su gusto por realizar rotundas formas y siempre representar los ropajes de manera ancha y abundante.
El trono para Jesús de la Pasión de la Iglesia del Divino Salvador realizado en 1619, es su único paso procesional, y marca una importante distancia con el que su discípulo y colaborador Francisco de Ocampo había realizado una década antes para la hermandad del Silencio, la distancia entre el manierismo y el barroco. A partir de entonces el de Montañés será el arquetipo por el que se medirán todos los Nazarenos de Sevilla. La tradición popular cuenta que Martínez Montañés  ya anciano  acudía en Semana Santa al pie de la escalinata del Salvador a verlo salir.
Pero sin duda una de las grande aportaciones que Montañés realizo al arte fue la creación de la iconografía de la Inmaculada, concebida por él con un rostro juvenil, en contrapposto, con su manto recogido en el lateral, el pelo suelto y las manos de la Inmaculada en actitud de oración. Todas estas características se reflejaran en una de sus obras mas conocidas como es 'La Cieguecita', realizada entre 1629-30 de la Catedral de Sevilla. Como curiosidad podemos citar unas palabras que dijo el imaginero al culmirar su obra «esta será una de las primeras que habrá en España».
En 1634 realiza una imagen de San Bruno para Sta. María de las Cuevas de la que se ha dicho que tiene «modelado y técnicas zurbaranescas». Obra que podemos observar en la parte izquierda. Una figura con semblante serio cuya mirada permanece fija ante el crucifijo. Una vez más Montañés nos muestra su pasión por mostrar los ropajes de manera ancha y abundante como los que se representan en el hábito de San Bruno.
Pero si importante es su labor sevillana, no lo es menos su obra en América. Juan Martínez Montañés fue el escultor más importante para la América española del siglo XVII. Lima fue el centro montañesino por excelencia y desde allí su influencia se extendió al interior de todo el Virreinato, donde sus esculturas sirvieron de modelo para las tallas de los Crucificados.
Esta es, quizá, la mayor y más trascendente de las importancias que pueden concederse al arte de Montañés en América, la de haber influido con sus creaciones a toda una generación y lograr, a través de sus obras y discípulos activos en el Perú, que casi todo el continente Sur se exprese plásticamente en las inconfundibles características de su arte.


Montañés realiza en la escultura sevillana una revolución, no por suave menos evidente.Este genio de la escultura se inspira en el natural; los rostros son siempre expresivos, los cuerpos macizos y aplomados, los desnudos correctísimos, aunque siempre realistas; las telas caen con pesantez sin artificio, y las actitudes, reposadas y serenas, tienen una elegancia plena de naturalidad. Sobre todo esto descuella su portentoso modo de modelar, la calidad exquisita de su talla, tan perfecta como pocas veces la logró nuestra escultura.


Pero sin duda el mayor éxito de "el dios de la madera" fue la creación de la iconografía del Niño Jesús bendiciendo, según el escultor el niñó debería aparecer desnudo, en pie y en actitud de bendecir. Además podemos señalar otra serie de características como son la blanda anatomía infantil y el característico cabello en capote. Sin duda el mayor exponente de esta nueva iconografía es el Niño Jesús del Sagrario de Sevilla.






























Analiza ya la producción artística del genio sevillano a grandes rasgos, nos dirigimos ahora a algunas de sus obras mas conocidas como pueden ser el Cristo de la Clemencia, "La Cieguecita o el Niño Jesús del Sagrario de Sevilla.
Cristo de la Clemencia o de los Cálices 

Martínez Montañés realiza esta talla en madera a comienzos del XVII por encargo de un ciudadano sevillano para colocarla en su capilla funeraria; fue policromada por Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez. Se conserva el acta del contrato para su realización y en él se pide una proyección anímica de la obra. Se detalla cómo se quiere a Cristo con la cabeza inclinada hacia la derecha, vivo, con los ojos abiertos, "mirando a cualquier persona que estuviera orando al pie de Él, como que le está el mismo Cristo hablando" palabras que aparecen textualemnte en el acta.
La escuela sevillana a la que pertenece Montañés se aleja de la crudeza de la escuela castellana presente por ejemplo en el Santo Entierro de Gregorio Fernández. El sudario presenta una calidad de tela mejor que la de Gregorio Fernández. El conjunto ofrece elementos clasicistas de aplomo y serenidad.
El acercamiento de la imagen al devoto nunca fue más intenso que en la época barroca. El modelado del cuerpo es perfectísimo, como el de un broncista; el cuerpo es aristocrático, refinado, pero real. Nos presenta a Cristo vivo, con cuatro clavos, el porque de estos cuatro clavos lo encontramos en las Revelaciones de Santa Brígida, por este motivo hemos encontrado representaciones de Cristo Crucificado con cuatro clavos, como las de Velázquez,  Zurbarán o Alonso Cano. El Cristo de la Clemencia aparece agonizando en la cruz, pero sin excesivo dramatismo, con poca sangre. 
La figura de Cristo mide 1,90 metros de altura sin contar la cruz; el canon alargado es todavía una interpretación manierista por excelencia. Es un Cristo apolíneo, sin apenas magulladuras ni heridas, salvo las de los clavos y las producidas por la corona de espinas; un Cristo triunfante en su belleza de Dios-Hombre, en la Cruz, símbolo de salvación más que de martirio. Se convertirá en modelo para los crucificados sevillanos. 
En Sevilla se encuentra ampliamente difundido el espíritu de la Contrarreforma católica, afianzado en la amplia difusión de las órdenes religiosas, de forma que la mentalidad barroca se pone al servicio de esta idea de defensa a ultranza de los principios de la religión. Se busca que el fiel se acerce a las verdades cristianas a través de la sensibilidad, del sentimiento, de forma directa; y este Cristo es un buen ejemplo de ello. El arte se dirigirá entonces a la sensación antes que a la razón. Los fines de la imagen religiosa católica del barroco son el despertar la atención, enternecer la sensibilidad y propiciar la devoción.
Imagen del Cristo de la Clemencia en procesión sin duda es espectacular la instantánea y sorprendente la combinación de esta joya del barroca con esa monumental fachada gótica.
La Cieguecita

Juan Martínez Montañés realiza esta obra en madera policromada y estofada hacia 1630, la obra mide 168 centímetros y se ubica actualmente en al Catedral de Sevilla. Esta Inmaculada fue un encargo del jurado don Francisco Gutiérrez de Molina, quien estaba casado doña Jerónima Zamudio, una piadosa mujer que quiso consagrar una capilla de la catedral a la Inmaculada Concepción de María en los comienzos del siglo XVII, en medio de la batalla mariana estallada en la ciudad por la polémica entre las órdenes religiosas por la defensa de unas y el ataque de otras a la creencia que propugnaba que la Virgen estaba exenta del pecado original desde el primer instante de su concepción.
Montañés había realizado con anterioridad otros encargos en los que representó la Inmaculada, como la que se venera en la antigua casa profesa de los jesuitas de Sevilla o en el convento de Santa Paula de la misma ciudad y que habían conocido los demandantes de la obra. Sin embargo será en esta talla donde el maestro consagrará la iconografía de la Inmaculada, siendo ésta una de las aportaciones más importantes del arte hispánico a la historia del arte cristiano.
La actitud orante representa la aceptación plena que María tuvo hacia la voluntad de Dios mientras que la belleza formal de la imagen denota la perfecta creación hecha por Dios para que fuese la madre de su Hijo y, por lo tanto, corredentora y partícipe de la redención del género humano.
Si analizamos la imagen, se representa a una joven doncella de pie, cuyos ojos entornados miran recatadamente al suelo, ante la imposibilidad de las jóvenes de esta condición de mirar a los ojos, sumida en oración cuya actitud meditativa se aprecia en sus manos apenas unidas por los dedos a la altura del pecho. La acompañan tres querubines que se disponen a sus pies, que se apoyan en una luna con las puntas hacia arriba. Su hermoso y frágil rostro nacarado queda enmarcado por el cabello suelto que cae sobre su espalda, símbolo de la pureza de las doncellas. Viste la imagen túnica estofada que se cubre por un manto, el cual cae desde los hombros y se recoge en diagonal bajo uno de sus brazos.
El autor representa en esta talla la visión apocalíptica descrita por San Juan y que algunos autores identifican con la Iglesia, aunque generalmente es aceptado que representa la Inmaculada Concepción de María. Esta imagen apocalíptica es la mujer, engrandecida, vestida por el sol y coronada por las estrellas, es decir, de gran luminosidad en su apariencia externa y con una corona en su cabeza de doce estrellas, número que simboliza el colegio apostólico o las tribus de Israel. La imagen nos muestra la procesión de "La Cieguecita" por las calles sevillanas en el año 1917
La estética de Montañés está impregnada del más logrado naturalismo, aunque el ligero zig-zag de esta imagen, introducido por el contrapposto de su pierna, preludian ya el exacerbado sentimiento de lo barroco, siendo el propio Montañés maestro de uno de los principales artífices de la imaginería barroca sevillana: el cordobés Juan de Mesa, que ya en su obra consolida las principales características de la escuela andaluza barroca.

Los pliegues de la talla concepcionista se muestran más angulosos y marcados que en épocas anteriores introduciendo así un juego de luces y sombras, aunque aún están bastante alejados del movimiento exagerado que alcanzarán en la apoteosis del barroco, de tal forma que apenas sobresalen de la base del triángulo en que se organiza la composición.
Niño Jesús del Sagrario de Sevilla

Una obra que responde a las características citadas, aunque nunca estuvo destinado a una clausura, es el célebre Niño Jesús que realizara en madera Juan Martínez Montañés en 1606 para la Hermandad Sacramental del Sagrario de Sevilla, la imagen barroca infantil más bella de cuantas se hicieron en Andalucía y la más airosa de España, una auténtica joya de la imaginería a pesar de su aparente simplicidad.

















 La anatomía es exquisita, realista y vigorosa, dotada de un fuerte clasicismo mediante el recurso de su disposición a contrapposto, lo que le proporciona una incomparable elegancia y gravedad, apareciendo, a pesar de su obligado aspecto aniñado, con una rotundidad clásica y una majestuosidad y delicadeza que no se repite en otras imágenes de este mismo tema, evocando a un tiempo las sutiles anatomías del mismísimo Praxíteles y la gracia juvenil de las obras de Donatello. A sus minuciosos detalles de talla, característicos en la obra del escultor conocido en Sevilla como “Dios de la madera”, se añade la policromía aplicada en 1607 por el pintor Gaspar de Ragis, representando la cara más amable de la escultura auspiciada por la Contrarreforma en España.
La imagen muestra al Niño desnudo y erguido, con los pies descalzos reposando sobre un cojín y los brazos levantados en actitud naturalista de bendecir. Su rostro es complaciente y melancólico, con una expresión algo triste pero completamente alejada del patetismo expresionista de los modelos castellanos, con grandes ojos, nariz respingona, boca cerrada y labios finos, cejas largas y perfiladas, mejillas carnosas y un voluminoso cabello ensortijado que deja caer tres mechones sobre la frente.
     El Niño Jesús del Sagrario, sin ser estrictamente una imagen de “candelero” o de vestir, está concebido en plena desnudez para poder ser vestido de arriba abajo, facilitando su adecuación a los distintos ciclos del año. Esto viene ocurriendo desde su consagración, cambiando de aspecto periódicamente para presentarse como resucitado victorioso en la Dominica in albisde Pascua, como símbolo eucarístico en la procesión del Corpus, etc., ajustándose a la perfección a las necesidades de la hermandad hispalense, que actualmente le saca en procesión bajo un templete neoclásico de plata realizado en el siglo XIX y concebido como una custodia. Y como todas las imágenes de devoción popular en el sur, la figura dispone de un rico ajuar de indumentaria ricamente bordada, objetos y joyas que forman parte de su cambiante ornamento, siendo habitualmente coronado con un juego de potencias muy habituales en Andalucía.

    



El enorme atractivo de esta airosa figura hizo que fuese copiado repetidamente por escultores contemporáneos a Martínez Montañés y seguidores, aunque aquellos modelos “montañesinos” nunca alcanzaron su perfección formal. Ni siquiera lo consiguió el propio escultor, que ante la enorme demanda se vio obligado a fabricar un vaciado de plomo para facilitar nuevos encargos. La imagen recibe culto en la iglesia del Sagrario de Sevilla, templo barroco anexo a la catedral hispalense, sede de la Hermandad Sacramental, formando parte del rico patrimonio artístico que atesora el edificio.












4 comentarios :

  1. Me agrada que te haya gustado el artículo y que así lo expreses. Esperemos que otros lectores aprendan de tí y publiquen los comentarios con su nombre. Gracias

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  2. Yo tengo un cuadro del Gran Poder sevillano en mi habitacion... Y un escultor imaginero que tambien hacia un trabajo fabuloso que no habeis añadido es Juan Martinez Cerrillo.
    Andres Castro Monteagudo

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