Las Labraillas. Fuente: José Peralbo Cachinero |
Manuel Perales Solís
En los confines del Charco del Novillo de Montoro, en el bello rincón natural que forman el río Yeguas, Sierra Morena y el Fresnedoso se encuentran Las Labraillas, muy cercanas ya a los Miñones y al Piruetanar. Probablemente estos predios distantes de los núcleos de población serían de los últimos ganados a la sierra para el cultivo de olivar a mediados del siglo XIX. En concreto las Labraillas se construyeron en 1859, tal como reza una inscripción en el dintel de su puerta. Toda su obra es de magnífico tapial reforzado en las esquinas con sillares de molinaza. Su aspecto es el de un bastión inexpugnable preparado para esquivar los asaltos de las partidas de bandoleros y faccinerosos que tanto merodearon por esos años en las inmediaciones de la serranía. Pudo pertenecer este predio a los Condes de Villaverde la Alta que en ese mismo lugar poseyeron fincas como Belloteros, Pinillos y Las Prensas.
A principios del XX pertenecía esta finca de la zona norte del pago del Charco Novillo, a la hacendada con residencia en Marmolejo, Doña Angelina García y Villarías. Al parecer ostentaba el título de marquesa de Villadangos (provincia de León) según el testimonio de su nieta Marina Burlo (1).
Había casado con otro
propietario local, Vicente Orti Escolano, hijo del filósofo
conocido como “Sabio andaluz”, Juan Manuel Orti y Lara. Los
jóvenes se conocieron en Madrid, donde residía Vicente Orti pues
su padre por entonces ejercía la cátedra de Metafísica en la
Universidad Central desde 1875. El matrimonio simultaneó su
residencia entre Marmolejo y Madrid, donde Vicente estaba dedicado de
lleno a la actividad intelectual como filósofo, escritor y
traductor de obras de temática filosófica, pero sobre todo de
textos de contenido religioso de autores franceses y alemanes (2).
Dintel de las Labraillas. Fuente: José Peralbo Cachinero |
Ella, hija de familia
hidalga, había llegado desde su León natal para tomar los hábitos
en un convento madrileño, vocación que cambiaría inmediatamente
tras conocer al que sería su futuro marido, hombre de creencias
religiosas muy arraigadas. Su hogar conyugal lo establecieron al cabo
de los años en Marmolejo, en la calle Perales, localidad en donde
la familia de Orti y Lara poseía bienes patrimoniales y un gran
número de parientes por parte paterna, entre ellos su tío el
alcalde conservador José Alcalá Orti y su sobrino, Antonio Alcalá
Venceslada, escritor de prestigio dentro del panorama provincial y
autor del primer Vocabulario Andaluz.
El padre, Juan Manuel,
hombre religioso al extremo, e intelectual integrista vinculado en
un principio a la causa del carlismo y más tarde a la corriente
regeneracionista del partido conservador tutelada por Silvela,
decidió llevar a la práctica las virtudes derivadas de su fe, y
“en cuanto su hijo alcanzó la mayoría de edad le cedió sus
bienes, despojándose de ellos como de una pesada carga, y conservó
solo su sueldo con que atendía las necesidades de su casa,
repartiendo a los pobres lo que le sobraba del gasto semanal; traje
nunca tuvo más que el puesto, que reemplazaba, no él, sino su hijo,
cuando ya lo veía demasiado viejo, y entonces don Juan se lo ponía,
regalando el desechado a un pobre; portentosa era su frugalidad,
comiendo lo que un pájaro, y cuando se le hacía notar, decía
sonriéndose que era por higiene, y que al poco comer y al mucho
ejercicio corporal debía la conservación de su salud; nunca se le
vio en coche, y podían señalarse los días en que tomaba el
tranvía; su laboriosidad era incansable, no dando de mano a un
trabajo sino para emprender otro y siéndole particularmente odiosa
la ociosidad” (3). Cuando Juan Manuel fallece en 1904,
encontramos presidiendo el duelo en su sepelio a quien fuera su amigo
personal, el político del partido Conservador, Francisco Silvela,
líder del partido Conservador tras el asesinato de Cánovas del
Castillo y varias veces ministro y Presidente del Gobierno durante la
regencia de María Cristina de Borbón. Gracias a la amistad personal
con Juan Manuel, Francisco Silvela fue asiduo visitante del Balneario
de Marmolejo y de la casa de Orti y Lara, como así he visto
reflejado en la prensa de la época, que dio cuenta de cuantas
visitas hizo este prócer conservador a nuestra localidad (4).
Doña Angelina, mujer
muy activa y emprendedora, más enamorada de la actividad agraria que
su esposo, dio a conocer los aceites de las aceitunas cosechadas en
sus fincas de Las Labradillas y de Aguilera y molturados en su
almazara de la calle del Pino, en diferentes ferias y muestras de la
región, obteniendo sus productos, bajo la marca “Sin rival”, el
sexto premio en la 12ª Exposición Andaluza celebrada en Córdoba,
el 28 de mayo de 1911 (5).
Durante largos años el
capital agrícola de Vicente Orti Escolano fue administrado por el
marmolejeño Juan Solís Robles, y posteriormente por su hijo Mateo
Solís Rodríguez, quienes debían de hacer el intrincado camino
hasta la casería a través de viejos caminos de herradura. Mateo lo
hizo siempre sobre una hermosa yegua rubia de nombre “Bonita”
utilizando el antiguo cordel de la Loma Candelas, cruzando por el
vado de los Cabios el río de las Yeguas. Cuando el caudal no se lo
permitía por sus crecidas invernales, entonces solía tomar la
carretera de Cardeña remontando la serranía olivarera por el cauce
del arroyo Fresnedoso. Un buen día que se disponía a aparejar su
yegua para marchar hacia la casería, comprobó que le habían robado
la cola, seguramente que para emplear sus largos pelos en la
confección de perchas para zorzales que antaño se usaban con
frecuencia.
Como hemos apuntado en el
inicio, la casería de las Labradillas está situada en la zona
norte del pago del Charco Novillo (término municipal de Montoro)
sobre una colina plantada de olivar hacia mediados del siglo XIX. De
telón de fondo tiene a la Sierra Morena más montaraz, y en sus
proximidades existían casillas de pizarra y tejado de monte donde
vivían familias de obreros, trabajadores de estas fincas, pero
dedicados en los meses de escasez de trabajo, a rozar el monte para
realizar picón y para el encendido de los hornos de pan de las
poblaciones cercanas. La caza, muchas veces furtiva, y el cuido de
algunos animales eran otras actividades en las que se encomendaron
para poder sobrevivir.
En los difíciles años
de la Postguerra era arriesgado realizar la travesía desde
Marmolejo, pues hasta enero de 1944 operaban por todos esos pagos las
células de huidos antifranquistas de Baldomero Arévalo, Francisco
Osuna Galiot, “Vidrio” y la del grupo liderado por los hermanos
Jubiles de Bujalance. Sin embargo, refería Natividad Robles, la
esposa de Mateo, que jamás tuvo un mal encuentro con ellos, a pesar
de que, como es conocido, mantenían bases logísticas en lugares
relativamente cercanos como Loma Candelas, Fresnedillas y el
Piruetanar.
En los años que nos
ocupan (1900-1950), estuvieron de caseros el matrimonio formado por
Ángel Morales, de procedencia montoreña y Luisa Herrera, “Doña
Luisa”, natural de Córdoba, mujer educada y culta de clase media
alta adinerada que en la capital de los califas había ejercido la
labor docente. Paradójicamente Ángel había sido el cochero en la
casa de Luisa antes de marchar a las Labraillas de casero tras venir
a la ruina su suegro. El matrimonio tuvo dos hijos: Ángel, fallecido
en la Guerra Civil a consecuencia de un desgraciado accidente, y una
hija muerta en plena adolescencia por una cruel enfermedad.
A veces el oficio de
guarda en estas lejanas caserías suponía tener que hacer frente a
situaciones comprometidas para la seguridad personal, pues eran
frecuentes los robos de las caballerías empeñadas en los trabajos
de arancias y acarreos cuando no los de aceitunas durante la época
de la recolección.
En febrero de 1926 el
casero tuvo que enfrentarse a un intento de robo de aceitunas,
incidente que quedaría reflejado en la prensa cordobesa del momento:
“De Villa del Río comunican que la Benemérita ha detenido a
Antonio Pérez Expósito (a) “Trasquilones” y a Antonio de Lara
Aguilera (a) “Trastornos”. Estos individuos hurtaron cierta
cantidad de aceituna de la finca “Labradillas” del término
municipal de Montoro y perteneciente a Doña Ángela García
Villarías, vecina de Marmolejo.
El guarda de la
finca Ángel Morales Amis se apostó durante la noche para evitar que
el hurto se repitiera.
A las once de la noche
sorprendió Ángel a tres individuos que se dedicaban a hurtar
aceitunas. Los intimó para detenerlos y uno de ellos le hizo dos
disparos de pistola que, por fortuna, no hicieron blanco aunque los
proyectiles le rozaron la ropa. El guarda continuó en su puesto y
“Trasquilones” y “Trastornos” se dieron a la fuga. Pero en lo
más abrupto de Sierra Morena fueron capturados después por la
Guardia Civil. Empezaron negando su participación en el hecho y
acabaron confesando que Antonio Pérez fue el que le hizo dos
disparos al guarda para herirlo o amedrentarle; dijeron, además que
les había ayudado en el hurto un individuo llamado Manuel Navarrete
González (a) “El rata”, el cual busca la benemérita” (6).
Contaba Mateo Solís que
el padre de Luisa, ya anciano, murió una noche oscura y fría en la
casería y para podérselo llevar hasta Marmolejo lo hubieron de
cargar entre Ángel y él, sobre una bestia, echándole encima un
haz de monte para ocultarlo y evitar así los inconvenientes de la
burocracia de antaño, en el caso de toparse con los habituales
controles de la Guardia Civil que vigilaban habitualmente aquellos
lugares próximos a la serranía. Al estar la casería en término
municipal de Montoro hubieran necesitado del oportuno permiso de
traslado por las autoridades judiciales. Cabe suponer, por tanto, que
el discurrir nocturno sería penoso pues, además, el río Yeguas iba
muy crecido y la corriente podía arrastrarlos.
Los confines del Charco Novillo desde el marmolejeño Pago de la Loma de las Candelas. Óleo de Robles |
Sobre los años 60 del
pasado siglo, Luisa, ya viuda, se trasladó a vivir a Marmolejo, como
casera de la casa escuela del Conde en la plaza del Coso. Allí
impartiría su sabiduría a las muchachas jóvenes que acudían a sus
clases particulares en régimen casi altruista. Murió, al final de
los sesenta, con la sola compañía de otras dos jóvenes, también
maestras: las hermanas Carmen y Rosario Solís Robles, hijas de Mateo
Solís, que hubieron de amortajarla pues en vida habían mantenido
mutuo aprecio y amistad. Sus restos fueron enterrados en una humilde
tumba en la tierra del cementerio de Marmolejo (7).
En fín, hoy “Las
Labraillas”, lejanas y solitarias aún siguen siendo un bastión
casi inexpugnable, de difícil acceso, pero esta vez por obra y
gracias de una moderna obra de ingeniería, cual es la Presa del
Yeguas. Casi cercada por las aguas del arroyo Fresnedoso ya no se
llega a través viejo vado de los Cabios, ni por el entrañable
puente de piedra molinaza, ahora bajo las aguas, que unía la orilla
montoreña y marmolejeña.
NOTAS:
(1) Testimonio recogido a Doña Marina Burlo Orti (q.e.p.d.) hija del matrimonio entre José Burlo García del Prado y Socorro Orti Criado. Efectivamente el marquesado de Villadangos del Páramo, localidad cercana a León, perteneció en 1788 a Jacinto García Herrera, con el Vizcondado previo de Herrera. Fuente: Nobleza de España.
(2) Entre sus traducciones del francés realizó la del libro “La Gran amiga”, obra del sacerdote católico francés, Pierre L´Ermite, así como la ilustración de la “Historia Sagrada del Antiguo y Nuevo Testamento para uso en escuelas católicas” del catequista alemán Ignaz Schuster. Curiosamente su padre Juan Manuel Orti y Lara fue traductor de numerosas obras de contenido filosófico de autores alemanes.
(3) Semanario de la Iglesia Católica “La lectura dominical”, Madrid. 17 de abril de 1904: semblanza dedicada a Juan Manuel Orti y Lara tras su muerte el 7 de enero de 1904. También en diario “La Vanguardia”, edición del sábado, de 9 de enero de 1904. La mujer de Juan Manuel era la granadina Amalia Escolano Fenoy, hermana del que fuera obispo de Jaén entre 1847 a 1854, José Escolano Fenoy, curiosamente profesor de Juan Manuel en el colegio Ntra. Sra. de la Capilla de esta capital y con quien Juan Manuel entabló una gran amistad. Fruto del matrimonio nacieron un solo varón, Vicente, y dos hembras; una murió a temprana edad y la otra, María, eligió la vida religiosa. Amalia Escolano falleció el 13 de julio de 1896, en Madrid. De su muerte se hicieron eco diferentes periódicos de la época, entre ellos “El Aralar” de Pamplona de fecha 16 de julio de 1896, de donde han sido extraídos estos datos.
(4) Diario “La Lealtad navarra; diario carlista”. Número 1277 de fecha 29 de mayo de 1893.
(5) Noticia publicada por “El Defensor de Córdoba”, diario católico de 7 de junio de 1911. Angelina García y Villarías falleció en Marmolejo en el mes de marzo de 1948. Fuente: Diario ABC, del 11 de marzo de 1948. Sus hijos/as fueron: Juan Manuel, oficial de la Armada; Ángela, religiosa salesa; Socorro, casada con José Burlo García del Prado; Florentino, ingeniero de minas y Vicente Orti Criado.
(6) Noticia publicada en el “Diario Córdoba” el jueves 4 febrero de 1926.
(7) Testimonios de mis tías, Carmen y Rosario Solís Robles, y de mi madre, Ángela Solís Robles.
Creo que los ultimos caseros fueron mis tios Juan Rumin Campoy y su esposa Encarnacion Pastor Rodrguez de Marmolejo
ResponderEliminar